EL DULCE CANTO de las sirenas quiere obligar a la renuncia del propio viaje, el del autoconocimiento |
|
![]() |
REMEI MARGARIT - 21/08/2004
Así como en el desierto, la sed y el calor del caminante le hacen ver de manera accesible la proximidad de una superficie de agua con palmeras a su alrededor, o sea, un oasis, el oasis real que se refleja en el calor se halla a distancias inimaginables. Ése es un fenómeno meteorológico, pero para el caminante sediento es como una burla de sus posibilidades. De igual manera, se podría afirmar que en la vida cotidiana la misma necesidad de que existan mundos ideales e imaginados crea espejismos diversos que burlan las posibilidades humanas de conseguirlos. Es el canto de las sirenas en el viaje de Ulises, un canto cautivador que obliga a los seres que lo escuchan a tirarse al mar, momento en que las dulces sirenas los devoran.
El viaje de Ulises, de alguna manera, siempre será nuestro viaje por la vida. El dulce canto de las sirenas prometiendo lo más anhelado interiormente suele ser una trampa mortal para el viajero. Los encantos de Circe con su exclusivo cultivo al hedonismo, roban el tiempo de que Ulises dispone para volver a Itaca. La filosofía budista llamaría a eso los apegos, ese poder que tienen sobre los humanos las situaciones que se van viviendo para enquistarse y obligar a la renuncia del propio viaje, el único viaje que el ser humano puede hacer, un conocimiento hacia sí mismo, desprendiéndose de los artefactos que impiden ese encuentro. Quizás lo que se vaya encontrando en ese aprendizaje no sea precisamente el oasis ideal ni el descanso del guerrero, tal vez sea una fortaleza de ánimo tejida día a día con los elementos que la vida nos pone en las manos. Puede que tan sólo sea una sensación de armonía frente a una flor abierta, o la brisa que se levanta al anochecer, o el canto de un mirlo en una tarde calurosa.
“La hierba del vecino siempre parece más verde”, ese refrán popular refleja esa tendencia a la comparación de que hacemos gala los humanos constantemente. “Si yo tuviera...”, esa es otra de las trampas que nos inventamos para escapar del presente con sus posibilidades reales. Como si no quisiéramos ser lo que somos, como si el ser otro nos aliviase de ser uno mismo, otro canto de sirenas para no ocuparnos de nuestra realidad con todo lo que contiene.
...
La travesía hacia uno mismo no es postergable, la hemos estado haciendo desde que nacimos, casi siempre por el método de ensayo y error, pero aprendiendo sobre lo que sentimos y lo que amamos de verdad, y nos vamos enterando del precio que hay que pagar por ello todos los días de nuestra vida. No hay espejismos posibles que puedan cambiar eso, pueden, eso sí, torcer rumbos y crearnos mucho más sufrimiento, como en el caminante del desierto.
En una columna de ese diario, el príncipe de Ligne decía: “Alimento mi espíritu con viandas ligeras (...) porque el espíritu, como el estómago, es susceptible de indigestión. Filosofía y literatura, versos, es todo lo que necesito”.
R. MARGARIT, psicóloga y escritora
No hay comentarios:
Publicar un comentario